Febrero de 1956 en la Universidad Central, hoy desaparecida, Facultad de Derecho, día
ocho o nueve. Frío helador en la calle de San Bernardo, metro de Noviciado. Empieza la
tercera clase de la mañana. Don Carlos Ruiz del Castillo explica desde su cátedra la
constitución alemana. Gritos, ruidos, golpes, rotura de cristales por los pasillos. Las altas
puertas se abren de golpe y una masa berreante de estudiantes y ganapanes con
camisas azules, tocados algunos con boinas rojas, golpean a los asombrados alumnos de
primero de derecho con calcetines llenos de arena, cortas porras de goma, obligándonos
a abandonar el aula de la primera planta y por los enormes claustros correr perseguidos
por la canalla falangista que no cesaba de cantar, gritar y pegar, sobre todo pegar.
Nicolás Sartorius, Pablo Sela, Alvarez del Manzano, Eduardo Piña, Pueyes, Victor Manuel
Pérez Diaz, Ramallo, Gregorio Marañon, Peces Barba, muchos otros, un servidor entre
ellos, militantes de agrupaciones monarquicas, del PC, de movimientos especializados
católicos, de congregaciones marianas, y cientos de jóvenes del común corrimos
escaleras abajo insultados, golpeados, empujados, escupidos por la jauría humana de
afectos al Movimiento Nacional.
Cuando amedrentados y achuchados por porras y palos salimos a la calle de San
Bernardo la caballería de los grises, la Policia Armada, con los largos vergajos
desenfundados y en la mano se nos echaron encima repartiendo latigazos a diestro y
siniestro. La mayoría demostramos una preparación atlética que nos hizo llegar al metro
antes que los caballos. Otros recibieron vergajazos sin cuento.
He vivido ayer tarde esas escenas al ver en la televisión las imágenes en la Universidad
Autónoma de Madrid de otros salvajes encapuchados con la cara enmascarada gritando,
golpeando, avasallando para que dos españoles no pudieran hablar. He oído a líderes
políticos justificar, disculpar y aceptar tales tropelías. A líderes de partidos de la izquierda
revolucionaria en concreto.
Muchos de los que fuimos golpeados, vejados, escupidos, perseguidos por la caballería
policial, resistimos largos años, construimos libertad, creamos estructuras de formación
militante y política, defendimos el derecho a hablar, a asociarse, a hacer lo que no se
hacía ni se podía hacer. Muchos pasamos por los calabozos de la Dirección General de
Seguridad, en la Puerta del Sol, por las carceles como presos políticos, largos años unos,
meses otros, días muchísimos. Pero hemos mantenido el honor de ser ciudadanos libres,
para construir un país libre. No nos hemos vendido, ni pudieron vencernos los salvajes de
azul ni los caballos de gris. Estamos aquí, de pie, vivos, haciendo política, mirando al
futuro, luchando por lo que creíamos justo, valioso, honorable, decente, humano.
Los misérables que ayer se vistieron de fascistas de boina roja y camisa azul, de capotes
grises que llegaban hasta los pies, son los mismos, están ahí agazapados esperando la
oportunidad de avasallar, de no dejarnos hablar, ni pensar, ni crear. Son los mismos. No
se han ido. ¡Pobre España!, han vuelto a invadir la Universidad.
No nos moverán. Aquellos no nos movieron. Estos no nos moverán. Recuerdo a Salvador
Vidal, militante anarquista, un poco antes de entregar su alma a Dios: » Mire usted, en los
treinta centímetros de mi circunferencia no manda ni Dios». En la mía tampoco.
Esta jauría menos.
Alberto Revuelta