EN TIEMPOS DE DICTADURA (VII) : DENUNCIA CLANDESTINA

Ante la falta de libertad de prensa, junto con dos amigos formamos un equipo redactor, cuyo objetivo principal era airear o denunciar noticias conflictivas y tratar de frenar tanto abuso laboral y de las autoridades. Sólo nos aceptaba publicarlas, el cura Chamorro en El Correo de Andalucía, y Pilar del Río en Radio Vida.

Un caso real y con consecuencias fue cuando el Teniente, Comandante de Puesto del Cuartel de la Guardia Civil, hizo visitas a la fábrica de confecciones Aleñá y con plena connivencia del Empresario señalaba de entre las operarias cuales debían ir a la noche al Cuartel para ser interrogadas. Por supuesto eran las reivindicativas. Principalmente camaradas, por más comprometidas en lo sindical.

Ante esos atropellos nuestros recursos era lo clandestino. Pintadas en las paredes con el riesgo consecuente, el boca a boca y las octavillas con las que “regábamos” calles del pueblo de madrugada. Esto último supuso que nos detuvieran y ya de noche dentro del Cuartel, montaron un operativo intimidatorio, ordenando al “radio” (encargado de comunicaciones) que llamara a Capitanía en Sevilla dando parte de un  ”accidente” acaecido por el río Esparteros en el que tres jóvenes habíamos sido víctimas. Perseguían atemorizarnos y que nos confesáramos autores lo publicado.

Aquella máquina de escribir con la que escribimos el clisé para la “vietnamita” (especie de multicopista casera) era de la Academia y antes que fuera localizada e identificada, la llevé alejada setenta kilómetros, hasta  la obra de la A49 por el Aljarafe y allí la enterré. El miedo no tiene límite. Al final tuvieron que soltarnos sin consecuencias.

En aquellos tiempos, los “mocitos” teníamos para matar el tiempo en las tardes de domingo con los paseos calle arriba calle abajo por el centro, y así hasta la anochecida. Muchachitos en grupito y muchachas aparte a su vez. Cuando más, miradas entre sí al cruzarnos. Como muleta a la timidez, ayudaba el cartucho de pipas, como que te come. Empezaba la bulla normalmente después del cine sesión juvenil, Las películas de mayores sólo nos eran autorizadas si la censura no superaba el 2R (dos con reparo). Con poco eran clasificadas por la moral Nacionalcatólica 4R. Así alternábamos con los futbolines y billares. Sólo para varones, en nuestra época.

Mi prolongada  cortedad tuvo su ruptura en el momento que vi a la amiga preferida y que yo suponía lo era de ella, cogida de la mano de uno de mis amigos. Sentí un shock definitorio. Me juré no creer más en la fidelidad. Los “Guateques” de ambos sexos eran ya un salto a la “libertad”. La pandilla fuimos rompedores bailando el Rock and Rock de Elvis incluso en público en el Casino Mercantil. Todo un escándalo.

Alejandro Romero C.

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