La economía según Iglesias

 

Publicado originalmente en La República de las ideas

PRIMO GONZÁLEZ | 27/10/2020

Por si a alguien le cabía alguna duda sobre cuál era la tendencia dominante en el Gobierno de Sánchez, la mera lectura de las grandes opciones del Presupuesto del Estado para el año 2021 despeja todas las sudas. La dirección de la economía española es puro dominio de Pablo Iglesias. Su dictado pseudo progresista ha puesto el sello inequívocamente radical a la conducción futura de los asuntos económicos. Es una constatación que no deja en buena posición al alma pretendidamente socialdemócrata del actual Gobierno de mayoría socialista, que con tanto esmero ha cultivado sus influencias en Bruselas, aunque con escaso éxito y muy poca sinceridad de propósito.

El predominio de Iglesias sobre Calviño en las grandes decisiones, al menos las de tipo programático y las meramente presupuestarias y económicas de este Gobierno, no admite ninguna duda. Es difícil conciliar el sustrato económico que acaba de anunciar el Gobierno con las tendencias dominantes en la Unión Europea. Tan difícil, o casi, como esto es conciliar la financiación de este programa económico, con fondos generosamente aportados por la UE, con su contenido netamente populista. Cabe preguntarse si el Presupuesto alumbrado por el tándem Iglesias-Sánchez va a contar con el suficiente beneplácito europeo, que tendrá que pensarse muy seriamente el destino de los masivos fondos comprometidos.

Habría que preguntarse por las motivaciones que han llevado al actual Gobierno, que cuenta con una poblada nómina de asesores y expertos en las diversas materias económicas y sociales, a elegir una opción casi exclusivamente distributiva (aunque lleve el generoso calificativo de “social”) frente a un programa económico de corte expansivo, es decir, un programa que trate de incentivar la inversión y el empleo, ya que sin creación previa de riqueza difícil resulta afrontar los buenos deseos de los políticos que se llenan la boca de bondadosos

adjetivos que suenan bien a los oídos de esa amplia mayoría que solo se fija en las metas sociales sin reparar previamente en la necesaria creación de riqueza. El programa presupuestario anunciado apenas esboza instrumentos orientados al crecimiento de la economía y, por el contrario, una abundancia llamativa de objetivos redistributivos de una renta que nadie sabe cómo aparecerá.

Las apelaciones al potencial recaudador fiscal inexplorado que encierra la economía española, que se reduce a incrementar los tipos nominales de algunos impuestos y a retocar algunas deducciones fiscales que benefician a las grandes empresas y a un número no muy representativo de grandes contribuyentes (que en una estimación audaz apenas aportan el 15% de los impuestos directos, incluido el Impuesto sobre el Patrimonio), suenan bien pero presentan una muy dudosa expectativa de mejora de los ingresos, tal y como están predicando algunos políticos con escasa o nula experiencia de gestión.

En último extremo, el balance entre lo que se puede esperar como aumento de la recaudación nominal de los impuestos (algunos de ellos tan personalizados como los que se han utilizado para avalar la propuesta presupuestaria) y la realidad que suele aparecer con toda nitidez cuando se hace el balance de cierre del ejercicio fiscal (demasiado tarde, casi siempre) no permite generar grandes expectativas porque al final ni esos tributos tienen la capacidad de recaudación que se les atribuye ni los sujetos pasiv9os de los mismos carecen de argucias y escapatorias suficientes como para dejar el balance final muy lejos de los deseos. Ejemplos de ello hay por desgracia muchos en la historia de la Hacienda española.

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