Publicado originalmente en La República de las Ideas
FERNANDO GONZÁLEZ URBANEJA | 27/10/2020
Los arbitristas según el diccionario son “personas que proponen planes disparatados para aliviar la Hacienda pública o remediar males políticos”. Abundaron en la monarquía hispánica de los Austrias cuando el sueño imperial pasó costosas facturas a la Hacienda pública nacional abocada a varias suspensiones de pagos que abrieron la puerta a la decadencia del imperio y, sobre todo, del reino. Eran otros tiempos, los arbitristas propusieron planes, más o menos disparatados o irreales, que apenas sirvieron para aliviar los problemas del fisco. La cuantiosa plata de América no ayudó a cuadrar las cuentas, aunque si contribuyó a subidas de precios y pérdidas de competitividad y de potencial de crecimiento. Estos tiempos son distintos, existen otras limitaciones y capacidades. Ahora no hay espacio para el arbitrismo aunque si para esa arbitrariedad que se funda en el viejo principio de que el papel lo aguanta todo, panes de kilo que pesan 700 gramos y piezas de tela de metro que miden 70 centímetros.
Los Presupuestos son siempre un ejercicio de adivinación, de arbitrismo más o menos intenso, razonable y creíble. Siempre tienen datos fijos, sobre todo los gastos comprometidos en forma de salarios (del orden de 120.000 millones en el caso español), de prestaciones sociales comprometidas (por ejemplo pensiones y clases pasivas, del orden de 160.000 millones por año), también los gastos corrientes para mantener en funcionamiento los edificios, oficinas y equipamientos y finalmente las inversiones y las ocurrencias. El margen discrecional que queda a los Presupuestos es pequeño, de manera que las discrepancias tienen poco margen, aunque no faltarán los discursos campanudos.
Otro tema es el de los ingresos que dependen de factores propios y ajenos a la lógica administrativa, ya que van en función de la evolución de la economía nacional e internacional, de la solvencia del sistema tributario, de la eficacia de la administración tributaria y de la moralidad de los contribuyentes. Y finalmente queda la deuda que depende de la voluntad de los acreedores, hoy del Banco Central Europeo y siempre de los prestamistas locales y globales.
Para el ejercicio 2021 los grandes números del proyecto de Presupuesto tienen sesgos arbitristas sobre todo en los ingresos. Los gastos programados alcanzarán el 50% de la renta nacional. El gobierno dice que se ha entregado al crecimiento, que huye de la austeridad. La intención es razonable, otra cosa es que obtenga los resultados buscados. El Gobierno sube el sueldo a los funcionarios y a los pensionistas; mejora los subsidios sociales, el gasto para propiciar la conciliación familiar y aliviar la dependencia. Más recursos para la investigación. Todo ello, medida a medida parece indiscutible, tan necesario como urgente. Pero ¿puede con todo ello el Presupuesto?
Al otro lado está cómo pagarlo. Subir impuestos es inevitable pero el ciudadano medio no está por la labor; cree que el gasto es necesario pero que los ingresos les deben aportar otros, los que más tienen o más evaden. Así que el Gobierno ha buscado nuevas fuentes de ingresos exprimiendo donde cree que puede hacerlo conforme a su discurso político teñido de arbitrismo.
Más impuestos a los que ganan mucho, a esos 90.000 contribuyentes (el 0,5% del total) que declaran ingresos superiores a 200.000€ al año y aportan del orden del 15% del total recaudado por el IRPF. Para el próximo año se les exigirá un poco más, cuatro mil euros adicionales a los que ganen 200.000€; nueve mil a los que alcancen los 300.000€ y 44.000€ más a los que lleguen a un millón. Todo sumado no es mucho, pero suena bien. La subida de tipos impositivos no significa llevarles a la tasa más alta de los últimos años y ya se verá cuanta recaudación adicional aporta. En realidad son “pellizcos de monja” a un IRPF envejecido, del siglo XX, que necesita una revisión a fondo para que sea eficiente.
Arbitrismo es el ajuste del impuesto de sociedades para las grandes empresas, objeto del deseo de los políticos de titular y brochazo. También el impuesto de sociedades requiere revisión a fondo y cooperación internacional.
La credibilidad fiscal y presupuestaria española es baja, se ha deteriorado estos últimos años en los que la realidad se ha distanciado del Presupuesto para mal. El proyecto de Presupuestos 2021 va en ese sentido, baja credibilidad, supuestos de partida débiles y estimaciones optimistas y poco fundadas. Más arbitrista que realista.